martes, 28 de noviembre de 2017




                                                          VIAJE A SANTIAGO

Antes de publicar alguna de las entrevistas que tengo, perdonadme que haga un inciso y publique algo de mí.
En la vida hay cosas que te marcan y que dejan recuerdos y sensaciones que quiero compartir con vosotros

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Hace unos meses mi hijo Diego, que tiene 15 años, nos propuso que quería marchar en verano con un grupo de amigos que tenemos, integrantes de un club católico (Fordis), a hacer unos cuantos kilómetros del camino de Santiago.
No lo dudamos mucho, le dijimos que sí, pero que para ello había unos ciertos requisitos, nosotros no podíamos ir y alguien se tenía que hacer cargo de él ya que es menor de edad. Además que caminar 100 km, cosa que nunca había hecho, exigía por su parte un entrenamiento y un ahorro para los gastos.
Esos retos para Diego no son un obstáculo, si quiere algo, o le gusta, hará lo necesario, a veces un poco a regañadientes, pero lo hará.


Yo mismo le confeccioné una rutina de entrenamientos y tanto mi mujer como yo nos propusimos ayudarle a cumplirla.
Salíamos a caminar con él, al principio pocos kilómetros y cada vez íbamos ampliando la distancia. ¡Cuántos ratos hemos pasado juntos, caminando!
Mis pies y los de mi mujer así lo atestiguan.
También le hablamos de lo que significa hacer el camino de Santiago, de su patrón, porque Diego se llama así por Santiago. Sabíamos que hacer el camino no sólo es un reto físico, sino también un reto espiritual, también un tiempo para disfrutar, unos días de compartir muchas experiencias…
No sé cuantos han sido los días que hemos caminado juntos, a veces cuando mi mujer no podía venir, íbamos los dos solos. ¡Qué buenas conversaciones con mi hijo, impagables esos momentos! He llegado a tener alguna ampolla en los pies, pero no la cambio por esos momentos. Él es joven, no sé cuánto de importante es estar con su padre caminando, pero para mí es de esos momentos que me llevaré. ¡La de vueltas que habremos dado a la urbanización, con la única excusa de prepararle físicamente y que me servían para poder intercambiar muchas palabras, también alguna que otra discusión. ¡Bendita discusión, seguro que cuando ya vuele sólo, las echaré de menos!
Por fechas y por enfermedad de mi suegro, decidimos que nuestras vacaciones de este año serian distintas. El compromiso era ir a buscar a Diego a Santiago en su última etapa, recogerlo y pasar unos días los tres juntos en Galicia.


Gracias a Dios, un matrimonio de amigos nuestros, no tuvieron ningún problema en hacerse responsables de Diego en el avión, son encantadores y nosotros encantados de sus primeros padres “adoptivos” que lo llevarían por el aeropuerto y en el avión con ellos. Digo primeros padres, porque otro matrimonio, también amigos nuestros y su hijo, amigo del nuestro, lo adoptaron como segundos padres. Una familia maravillosa en la que sabíamos que podíamos poner toda nuestra confianza.
Llegado el día marcharon todos hacia Galicia. ¡Qué nervios! Que llevara todo, que se organizara, mi mujer lo tenía todo listo…es una crack! Lo llevamos al aeropuerto y como dice la canción de Perales ”y se marchó”.
Nos quedamos mi mujer y yo sordos en  casa, no había ruido, ni desorden, ni riñas, pero contentos de que marchara a hacer algo que quería y que se había currado.
Nosotros decidimos ir unos días después en coche. Monté una rutita de pueblecitos para conocer con Pilar, ¡qué viaje más bonito! Como cuando éramos novios, los dos solos...bueno solos, solos, no: con nuestro Golden Retriever “Blinki”, el perro más bueno que he conocido. Siempre decimos que el día que se muera, estamos seguros de que irá al cielo de los perros, se lo tiene ganado.
Fue una ruta magnífica, de pueblos todos con un encanto especial. Pueblos del camino de Santiago. Llenos de peregrinos, en el ambiente se nota una espiritualidad impresionante.
Las gentes amabilísimas, supongo que acostumbradas a ver a tantos pasar. Personas de diversas nacionalidades, edades, razas... todos con una misma meta, llegar a Santiago.
¡Cómo se come por aquellos lugares, cómo se bebe y cómo se vive! Cogido de la mano de Pilar recorríamos aquellos lugares, nos hacíamos fotos, algunas muy divertidas, visitábamos monumentos, monasterios, calles empedradas como sacadas de otra época.


Fueron unos días inolvidables, juntos caminando, como hacíamos por París cuando éramos novios. Mientras, íbamos teniendo noticias de Diego, nos llamábamos y sabíamos que iba muy bien, otra alegría más.
Llegó el gran día. Nos levantamos, fuimos a dejar a Blinki en una guardería de perros y nos dirigimos a reunirnos con Diego y con nuestros amigos en la basílica de Santiago. ¡Qué nervios, la verdad es que después de una semana teníamos ganas de verlo¡ Cuando entramos y lo vimos nos fundimos en un fuerte abrazo, sin más, tenía cara de cansado, habían madrugado bastante y los últimos kilómetros hacían mella, sin grandes aspavientos, pero para mí fue un mar de emociones. También al saludar a muchos de aquellos amigos, a los dos matrimonios que se habían ocupado de Diego, hubo lágrimas y muchos momentos de emoción. Acto seguido fuimos a abrazar al Santo, primero el esperado abrazo y luego rezamos un poco ante sus reliquias. Nuestra familia había cumplido un sueño, llegar a Santiago y abrazar aquella imagen a la que tantas veces mi mujer y yo le rezamos para que cuide de Diego, era un gran regalo. Era como cuando fuimos a Lisieux, Normandía, al convento de Santa Teresita de Lisieux, a ponernos bajo su protección como novios, después con el ramo de la boda, como esposos, después con nuestro hijo, después a llevarle la cruz de su comunión y alguna vez más: sus dos protectores, Santiago y Santa Teresita, y ¡habíamos podido ir a los dos sitios!


Sé que son sentimientos muy míos, muy nuestros, pero seguro que cada uno de vosotros tiene sentimientos parecidos, de otras cosas, de otras formas. Paraos de vez en cuando a volver a sentirlos, es maravilloso. Yo ahora, escribiendo, los vuelvo a tener a flor de piel, los vuelvo a vivir, qué bueno es escribirlos.
Después pasamos unos días juntos por Galicia, una tierra maravillosa, volvimos a pasar por los pueblos que Diego había recorrido a pie, nos contaba sus historias, sus risas, nos llevó a comer a los sitios que le gustaron…qué pulpo, qué bocatas de beicon en los albergues…..qué bonito todo, incluso llegamos a Finisterre, allí donde se pensaba que se acababa el mundo. Han sido unas vacaciones maravillosas, muy intensas, quizá no de mucho descanso, pero sí llenas de momentos tan, tan emocionantes, que las recordaré toda mi vida.


De esto saco un gran aprendizaje, algo que procuramos llevar a cabo siempre, vivir con mucha intensidad lo que hacemos, disfrutar, querernos, estar juntos, revolcarnos en la sencillez de las cosas, ir la familia toda en un sentido, puede que cada uno necesite una dirección, pero teniendo clara la meta de los tres, mi perro Blinki, tiene clarísima la suya…estar siempre con nosotros….no quiere mucho espacio como muchos piensan, sólo estar con nosotros, aunque sea en un rinconcito del sofá.



¡Qué bonito es vivir en mi familia!