viernes, 17 de marzo de 2017

Más QUE UN PADRE. UNA GRAN PERSONA

              
Antes de empezar a escribir sobre mi padre he de aclarar, que el hecho de escribir sobre él, no quiere decir que el resto de mi familia no sea importante para mí. Mi madre, mis hermanas, mis tíos, mis primos. Simplemente que con mi padre he tenido una relación que más adelante iré contando que me ha marcado muchísimo. De mi madre desde que tengo uso de razón estaba pegado a ella todo el día, le decía: “mama yo no me casaré con nadie, estaré toda la vida contigo” y es así, ella me enseñó muchísimas cosas de las que sé, ahora caigo en la cuenta muchas veces de sus enseñanzas, cuando le digo cosas a mi hijo “ Diego, mi madre me decía que había que ir limpio al médico y con los calzoncillos nuevos”, jajaja, me sentaba a coser botones mientras ella escuchaba la radio, o rezando rosarios para que no me ocurriera algo, cuando ya era más mayor. Me dio cariño, apoyo, se escuchaba mis canciones una y otra vez sin cansarse. Fue la que me educó a mí y a mis hermanas, mi padre también, pero él estaba siempre trabajando para traer dinero a casa. Trabajadora, cosiendo en casa, con manualidades para sacarse unos dinerillos y tres hijos. En fin, muy orgulloso de tener una madre así.
Pero la relación con mi padre que llegó ya de adulto ha sido y es muy muy especial.
Mi padre! Si tuviera que describirlo con una palabra sería con su nombre. Sí, mi padre se llama Justo. Su madre, mi abuela, era visionaria. Ese es mi padre, un hombre justo. Un hombre que se crio en el campo. Aunque tenían casa en Alamillo, muchas épocas del año la pasaban haciendo carbón en el campo. A los 7 añitos ya manejaba un hacha para cortar las ramas más pequeñas de las encinas. Dormía en un chozo a la luz de un fuego. Otras veces dormía al “raso” con las estrellas como techo. Aún no hace muchos años le gustaba salir a dormir en Alamillo, en esas noches de calor inaguantable, al corral en una hamaca viendo las estrellas.
No tenían casi nada. Suele contarnos que desayunaba migas manchegas, comía migas y cenaba migas. Que cada día hacía un montón de kilómetros andando con las mulas llenas de carga. No fue mucho al colegio, había que trabajar. Pero se defiende con sus números muy bien hechos, eso sí, y nunca le ha faltado nada a la hora de desarrollar sus distintos trabajos. Hombre poco hablador, persona acostumbrada a  todo. Nunca tiene frío ni calor, ni tiene hambre, si hace, bien; si no, también. No necesita nada, se conforma con todo. Amigo de sus amigos, pero sin demasiados aspavientos. Si le necesitas, allí está él. Ahora, no lo busques en los barullos de gente, ni en grandes fiestas, ni esperes que te haga un gran discurso. Es moderado, un poco reservado, siempre mejor un paso detrás que uno delante, yo siempre le recuerdo sabiendo estar, en cualquier situación. Antes era un poco duro, digamos que no se caracteriza por tener una gran mano izquierda. Directo, cuantas veces no me ha dicho aquello de: “ más vale una vez colorao que ciento amarillo”.
Pero una buena persona, no lo digo por amor de padre, que también, lo digo porque lo he comprobado como os iré relatando más adelante. Habla casi siempre con refranes. Tiene un refrán o un dicho ante cualquier situación. Le preguntas: Papa, que pasa? Y te responde: Pasará! O le preguntas sobre algún tema y le dices: “ Papa estás seguro? Y contesta: “Seguro como el agua en una cesta”.
Mis compañeros de cole cuando veían a mi padre, me decían que era muy serio y que imponía. Además tiene una cicatriz en el ojo izquierdo que asusta. Se lo hizo de joven, un mulo que parece que era un poco cabezota le dio una coz y a punto estuvo de matarlo. Salvó el ojo pero se quedó con la cicatriz para toda la vida.
Tenía yo unos 18 0 19 años, mi relación con él era un poco tensa. Yo quería hacer lo que me diera la gana y él hacia su papel de padre y educador. En una reunión con mis amigos, alguien me dijo que porqué no me acercaba más a mi padre. Lo pensé y decidí que aquella semana que él trabajaba de turno de mañana en una empresa textil, me levantaría y le prepararía el desayuno. Me levanté un par de días a las 5 de la mañana, le preparaba la cafetera y unas galletas. Al tercer día mi padre me dijo que le sabia mal que madrugase tanto, que normalmente él se tomaba el café al llegar a la fábrica, tenía el cuerpo acostumbrado a eso. Sin decirme nada y para que no me sintiese molesto, había estado desayunando dos días mi café y mis galletas. Le hice caso y ya no me levanté más. Pero desde aquel día nuestra relación era diferente. Más cercana.

Más adelante, me propuso entrar a trabajar en la fábrica donde él trabajaba. Una empresa textil que trabajaba los 365 días del año, en tres turnos, mañana, tarde y noche. No es que me entusiasmara la idea, pero fui a la entrevista y me cogieron, eso sí, no sin antes  hacerme una entrevista y decirme que no salían de su asombro porque yo no sabía qué era la palabra, sibarita.
Recuerdo, los primeros días. Vestido completamente de azul industria, botas de goma y una cartuchera con un cuchillo de unos 30 centímetros y una súper tijera.
Estaba más perdido que Tarzán el día de la madre. Todo lleno de motores, ruidos, fluorescentes, máquinas y máquinas como si no hubiese un mañana. Mi trabajo era vigilar durante 8 horas que la fibra, que nacía en un estanque de un producto químico, Tiocianato creo que se llamaba, y que pasaba por diversos rodillos que estiraban aquellos hilos y los pasaban por agua hirviendo, después los​ secaban y luego los​ cortaban a distintas medidas. Me pusieron con un compañero para que aprendiese cómo hacer mi trabajo…
Eran horas interminables. Si la cosa iba bien era aburridísimo, pero como se liase la fibra en algún rodillo, aquello era como la matanza de Texas, tenías que avisar a todos los compañeros y deshacer el lío de la fibra sin parar las máquinas, todos con los cuchillos en mano, chorreando de agua, cortando por allí, uniendo por allá, hasta que lo conseguíamos. Cuando coincidía en el turno con mi padre, el intentaba estar siempre ayudándome. Teníamos nuestras buenas charlas de los compañeros, de los jefes, etc.
Un día que estábamos los dos trabajando juntos limpiando unos filtros, faena ingrata donde las haya. Unos compañeros nos llamaron la atención porque trabajábamos mucho, y de esa manera los jefes iban a hacer trabajar mucho a todos. Nos miramos y seguimos trabajando a nuestro ritmo. Cuando quisieron insistir, mi padre tuvo unas palabritas con ellos y ahí quedó la cosa. Mi padre era una persona respetada en la empresa, los jefes me hablaban muy bien de él, siempre puntual, muy responsable, muy trabajador, de palabras justas. Tenía buenos compañeros, que yo creo que le respetaban. Uno recuerdo que decía: tu padre es un hombre serio y de palabra, no un bocazas, espero que te parezcas a él. La verdad es que tenía el listón muy alto.
Pero estaba orgullosísimo de ser hijo de Justo “el manchego”. No sé cuántos de vosotros habéis tenido la oportunidad de trabajar con vuestro padre, pero para mí fue un lujo. Fueron dos años y medio duros, trabajábamos domingos, S. Juan, cada semana cambiábamos de turno, dormir de noche o trabajar de noche o de día o que se yo…el cuerpo lo tenía un poco loco. Pero a él no recuerdo haberle oído quejarse jamás.
Mención especial eran nuestros viajes desde casa a la fábrica o de la fábrica a casa. Íbamos en un coche nuevo que se había comprado mi padre, un seat Ibiza 1500... lo bautizamos con el nombre de “Milikito”, no sé porque, me parecía el coche más chulo del mundo, rojo, nuevecito. Todo el camino discutíamos por dónde había que ir, qué carril coger, la velocidad recomendable. Parecíamos un matrimonio. He de decir, que mi padre se sacó el carnet de conducir tarde. Ya bastante mayor. No le gustaba nada conducir. Se ponía nervioso. Lo hacía porque no le quedaba más remedio. Utilizaba el coche para ir a trabajar, las vacaciones, para ir al campo o a la playa…pero sin abusar. Si se podía ir andando, para qué coger el coche.  Y meterse en Barcelona ni pensarlo! Con el tiempo no tuvo más remedio pero ocasiones, las “justas”.
Después nos pusieron en turnos diferentes y ya pocas veces volvimos a coincidir en el trabajo. Fue un tiempo que recordaré siempre con mucho cariño. Me sentía como pollo en el nido, protegido.
En casa cocinaba mi madre. Cocinaba y cocina muy bien, platos del pueblo, pucheros, canelones (recuerdo chupando la cuchara de madera con la que le daba vueltas a la bechamel de sus croquetas), potajes de Semana Santa, pescado con”gachuelas”, migas de harina, pies de cerdo, callos, cabezas de cordero los Sábados, los sesos con huevo, etc.
Mi padre era y es el de la tortilla de patatas. Os prometo que hace una tortilla para ganar un campeonato mundial. Le tendrían que dar el Nobel. El pisto manchego buenísimo y las migas de pan con torreznos, pimientos, chorizos… Jolín! Me está entrando un hambre!
Tiene la paciencia del santo Job, para hacer el pisto, es capaz de cortar en pequeñas porciones todos los vegetales y dar vueltas y vueltas hasta conseguir que quede meloso. No tiene prisa, el fuego más bien bajito. Dedicado a sus labores.
No era un padre de regañar mucho. Ese papel lo hacía mi pobre madre que era la que lidiaba con nosotros todos los días. Pero cuando se ponía serio, debido a alguna travesura o malas notas o lo que fuese, sólo con verle la cara tan seria, me temblaban las canillas (piernas), no necesitaba pegarnos, un mirada era efectiva.
Ahora que lo pienso, lo he visto emocionarse algunas veces, pocas, pero llorar sólo lo recuerdo en el entierro de su padre. Es una imagen como si fuese hoy. Mi abuelo murió en el pueblo y lo enterraron allí. De camino al cementerio, con el cortejo y el ataúd, vi caérsele algunas lágrimas. Yo me hinché a llorar, no sólo por la muerte de mi abuelo, si no de verle la cara de pena a mi padre.
Ha ido pasando el tiempo y mi trato con él cada vez ha sido mejor. Los recuerdos infinitos para poder plasmarlos todos en unas hojas, sólo algunos que destacan por lo que sea, a veces sin ninguna razón. Es así. En muchos momentos creo que él fue, junto a mi madre, el que puso en mí la semillita de la música. “ Esos viajes interminables al pueblo en coche” tardábamos 12 o 14 horas en recorrer los 900 km que hay entre Cornellá y Alamillo. Por qué digo lo de la música? Todo el viaje íbamos escuchando a Manolo escobar, alguna sevillana, Marifé de Triana y algún canto de flamenco que a mi padre le gusta.
Ir de paseo por Alamillo con él, no tiene precio. Es como ir con guía a la capilla Sixtina. Te explica, de quién son las tierras, qué hacía en este o aquel trozo de tierra cuando era joven, cómo se le llama a cada sierra, anécdotas y anécdotas, que aquí y sólo aquí se le suelta la lengua.
Mi padre huele a eso. A campo, a tomillo, a cardillos, a leña seca, a pureza, a encina. Lo veo siempre caminando por esos campos y veo que es una parte más de ellos. Cuando paso con el coche y veo casas abandonadas, campos sin cultivar, pienso en cuánto sudor, cuántos sufrimientos no han pasado tantas personas y qué poco soy capaz de agradecerles que sin ellos la vida no sería como la concebimos ahora. Hombres y mujeres que han muerto luchando por los suyos con lo poco que tenían y a veces tan poco reconocidos.
En esos paisajes veo a mi padre. Con la yunta de mulas, con su hacha, con la hoz.
Y ahora lo veo en otra etapa. Cuando se jubiló, mis hermanas, mi madre y yo pensamos que tanto trabajar y parar​ de golpe podía ocasionarle una pequeña depresión. Qué equivocados estábamos.
Volvió a darnos otra lección de supervivencia. Ha llevado fenomenal el no trabajar. Incluso en algún momento le propuse que colaborase con mi empresa, de cobrador. Oferta que el rechazó amablemente, diciéndome que ya había trabajado bastante.
Todos estos años los ha pasado cuidando de mi madre que pasó una depresión, cogiendo las riendas de la casa, eso sí guiado con los consejos de mi madre, y viviendo molestando lo menos posible.
Va a comprar, compara precios, cocina, ayuda a mi madre en las labores de la casa, con 82 años va a la piscina un par de veces por semana, todas las tardes va al hogar del pensionista a jugar al dominó, de mayor le ha dado por leer libros, algún tocho que ni yo soy capaz de leer…en fin se ha amoldado a lo que va tocando por su edad.
Siempre ha tenido una salud a prueba de bombas, mi madre siempre nos decía: es que a tu padre no le sienta nada mal, todo le cae bien y es verdad. Le gusta todo, la primera vez que comió pizza no le hizo mucha gracia, pero ahora lo que haga falta.
Tiene muchos platos favoritos, pero para que veáis dónde está la sencillez, uno de los que más le gusta es: un punado de arroz , con agua, un tomate , una cebolla y un ajo, todo hervido……y a comer. ¡Qué hombre tan complicado!
Y ahora desde que nació Diego, es abuelo. No tiene más nietos. No había visto sonreír tanto a mi padre en la vida. Ve a su nieto y se le “alegran las pajarillas”, manera como llamamos en el pueblo a los que se alegran al ver algo. Son famosos sus masajes en la espalda a Diego, sus dinerillos para que se compre algo cuando después de Misa se va a dar una vuelta con sus amigos. Mi padre siempre lo recuerda de pequeño acostado sobre el pasto con pocos meses, en una excursión de las que os he mencionado antes.
Por su nieto, lo he visto hacer cosas que me asombran, pintarse, despeinarse, ponerse un casco de soldado y jugar con él, llevárselo por las tardes a jugar a fútbol y baloncesto, eso si con el consiguiente dolor de riñones y piernas de después.
Diego tiene una relación muy especial con sus yayos. Y ellos con él.
Supongo que como todos los abuelos y nietos.
Tenemos la suerte de que Diego también tiene una sensibilidad muy especial, me explico: últimamente a mis padres los regalos en sus días de cumpleaños o santo, van acompañados por Diego. Ir juntos los tres, al cine, o a cenar, o a comer, o al Acuario. El caso es que los tres pasen ratos juntos, donde no se sabe quién cuida de quién.
La última fue el cumpleaños de mi padre. Los invitamos a ir al acuario de Barcelona y merienda en el Maremagnum. Por la noche fuimos a buscar a Diego y al preguntar​ a mis padres qué tal lo habían pasado, mi padre estaba sorprendido de la cantidad de peces, de colores. Estaba alucinado. Cosa que no es de extrañar, en la mancha no tenemos grandes mares. Pero la emoción de cómo lo explicaba y el buen rato que pasaron los tres, eso si que nos dejó marcados a mis hermanas y a mí.

Quiero deciros que siempre he podido contar con mis padres, siempre han estado ahí. En momentos más bajos míos, en momentos más felices, siempre a mi lado y al de mis hermanas. Se podrán ir, el día que Dios los llame, orgullosos de habernos criado, educado y querido. Ese buen sabor de boca que te queda cuando has hecho lo que debías, lo mejor que has sabido. Esa paz que te da, cuando miras algo a lo que has dedicado un tiempo, un esfuerzo, una ilusión y lo ves acabado o que va por buen camino.
Gracias por todo mama!!
Gracias por todo papa!


Vuestro hijo que os quiere…..